Amigo, no estoy a la venta

¡A quien no le gusta el chat! Ese es un invento hecho para robarle horas al trabajo y enredarlo a uno en diálogos inverosímiles. Me gusta conversar con personas de otros lugares, culturas, idiosincrasias, incluso resulta gratificante aclararles las dudas que por lo general tienen sobre Cuba.

Ahora, uno se encuentra con gente de todo tipo, por suerte sobran los que vienen de buena fe, pero a otros no los anima mas que lo que un gran amigo llama “el sateo cibernético”. A esos los reconozco rápido: luego de preguntarte cómo estás te sueltan la pregunta clásica, ¿estás casada?; en ese momento no puedes evitar pensar, ¡y a este que le importa eso! Para salir rápido de ellos, les digo que sí y con la mentira piadosa los espanto de una vez y para siempre.

Así me sucedió hace unos días con un español, solo que luego de la contestación afirmativa soltó: “qué lastima, porque  en unos meses voy a Cuba y estoy buscando una muchacha para casarme. Es que un amigo mío mayor – y entiéndase viejo – fue hace unos meses y encontró una jovencita en el campo, la trajo para acá y se ven bastante felices. Entonces me dije, voy a hacer lo mismo”

Aquello me dejó atónita, y lo que es peor triste e indignada. Le dije muchas cosas sobre la mujer cubana y cómo la mayoría no estábamos buscando a un “viejito noble” que nos resolviera la vida. Creo que no sirvió de mucho porque solo contestó: De todas formas voy  ir, y no supe más de él.

Luego de que mi rabia se aplacara, pude reflexionar sobre algunas cosas, sobre todo acerca de cómo se han extendido estereotipos de las féminas de esta isla que laceran su imagen. ¿Cómo explicarle a mi amigo que mi alma y mi cuerpo no están en venta?, que prefiero un huevo frito en Matanzas con un hombre que se sienta mi igual, que langosta en Madrid con otro seguro de tenerme atada con sus euros.

Cómo hacerle entender que  quiero un hombre que me haga poemas y  canciones y no uno que me ceda la tarjeta de crédito para mantenerme contenta; que deseo tener una vida próspera pero prefiero construirla de a poco con alguien que alcanzarla en una cama donde ponga todo menos el corazón.

Mi amigo debería saber que no quiero un marido extranjero que me mantenga, ese no es mi sueño. No ansío ser el florero de nadie a cambio de mañanas de telenovelas, uñas acrílicas y gimnasios climatizados. No me interesa porque pienso por mí misma, porque me importan los sentimientos, porque creo en el amor, no en el cursi, maltratado y angustioso de los culebrones, sino en ese de verdad, el que ha mantenido a mis padres juntos tantos años en las “duras y en las maduras”.

Debería enterarse de que no preciso un hombre con carro, ni con dinero para llevarme a la última discoteca o al más caro restaurante, porque eso vale muy poco si al final del día, después de que el mundo lo maltrate a una, no se tiene a alguien en cuyo regazo poner la cabeza y simplemente hablar. Eso es lo importante, encontrar en alguien al compañero, amante y amigo, algo difícil cuando los intereses materiales se meten de por medio y los celos los provoca no el temor a perder el afecto de la pareja, sino la casa, el nivel de vida o el permiso de residencia.

Tal vez mi amigo sí venga a Cuba, encuentre lo que busca y hasta sea feliz; yo lo dudo, a lo mejor  porque no concibo el sexo de compraventa y mucho menos el amor y el matrimonio comerciales, donde cada una de las partes está conciente de los intereses del otro, donde no tiene cabida la poesía, porque no hay misterio, ni espiritualidad, solo el vacío de quien le pone precio un beso, a una caricia, a un amanecer.

Quizás sea idealista, prefiero creer que no, que todavía hay quien se siente atraído por una mirada o una sonrisa, más que por una ropa de marca o un smart phone. A lo mejor a mi amigo le importe poco mi opinión, pero al menos ya lo sabe: mi afecto no tiene precio, el de nadie lo tiene, se da gratis o no se da. Él debería saberlo y también muchos hombres cubanos que andan por ahí equivocados, pero eso ya es otro asunto, ¿o tal vez sea el mismo?