Martí, pasión que alumbra

Cuando se le lee el alma echa a volar, parece que a la vuelta de la página se develarán todos los significados: los del dolor, el amor y la belleza que hacen a la humanidad fértil. Martí es una pasión que alumbra.

Pero al final de la lectura no están las respuestas, somos nosotros quienes nos sentimos más leves y dispuestos para interrogar la vida como debe hacerse, con bondad, pero sin ingenuidades. En ese camino, José Martí sigue siendo misterio que acompaña y sol del mundo moral.

De ahí la sed por saber más del hombre sincero, y el dato que resulta siempre insuficiente; se siente que todas las veces algo escapa a la hora de entenderlo, la angustia de que solo conversando con él –de cuerpo presente, sin intermediarios– podríamos comprender una existencia total.

Y como esa última posibilidad no existe, se convierte en obsesión cada documento suyo, cada testimonio de sus contemporáneos, cada nueva investigación. En tal camino de devoción y búsqueda, que siembra a Cuba más adentro del pecho, Martí, El Apóstol (1931-1932), de Jorge Mañach (1898-1961) ha representado para muchas personas, yo incluida, el enardecimiento del sentir martiano.

Llegué al encuentro con esta biografía por medio de un ejemplar pequeño, amarillo y maltrecho que una biblioteca me facilitó. Durante un par de días me sumergí en las palabras y salí como de un baño de luz, hablándole a cada conocido del texto y de la obligatoriedad de leerlo para ser.

Con pesar devolví a su hora el libro, porque es de esos que, habida su propiedad, no se presta ni se regala, y queda en el librero como remedio para las dudas y también la nostalgia, o como acompañante de la felicidad.

Sabía de una edición reciente, pero la suponía agotada; hace solo unos meses la encontré en una librería de La Habana y me la llevé a casa con el corazón pleno, dispuesta a la relectura que inicié enseguida.

De esta entrega (Editorial de Ciencias Sociales, 2015; Colección Biografía) se agradece especialmente el texto introductorio firmado por Luis Toledo Sande –ese martiano de fe–; el repaso de sus palabras despejó muchas de las dudas que la obra había dejado en mí, esencialmente sobre la fidelidad en la recreación de algunos pasajes.

Toledo Sande ejemplifica, expone hechos, aunque deja claro que solo el estudio dedicado sobre el Héroe Nacional de Cuba permitirá un entendimiento total de las luces y sombras de esta biografía, y que hay que acercarse a ella y juzgarla con apertura de pensamiento:

«…Una lectura medianamente cuidadosa de la obra revela errores, incluso factográficos y manquedades informativas o de interpretación derivadas de la resbaladiza perspectiva o la insuficiente intensidad con que el biógrafo trazó una valoración u otra», afirma.

Y agrega: «Estamos en presencia de un alto momento –¿no podría decirse: un clásico?– del género en el ámbito cubano, tanto por sus virtudes formales y de espíritu, sin excluir de ellas el coraje de pretender abarcar una colosal vida, como por la grandeza del héroe retratado y por la perdurabilidad que, contra viento y marea, contra sus propias deficiencias y la calamidad política en que el escritor finalizó su vida, la obra ha mantenido».

Mañach escribió un libro más grande que él mismo, y si bien rellenó con su imaginación donde no había pruebas, ¿cómo ser indiferentes ante estampas como esta?: «En la primavera, Martí enfermó de su vieja lesión, que de tiempo en tiempo le despertaba la carne a los recuerdos del presidio. Convaleciente, echó de menos un día el maletín en que guardaba, bajo su cama, todos los testimonios sentimentales. Sospechando de Carmen, que había venido a visitarle mientras dormía, quiso acudir al rescate de la comprometedora documentación. Doña Leonor se opuso: estaba aún demasiado débil. Le cerró la puerta con llave. Pepe se fugó por el postigo.

«El incidente tuvo por natural consecuencia la cancelación definitiva del pasado bajo pacto de un solo compromiso solemne para el futuro: Carmen».

Sea siempre el Martí nuestro quien nos enseñe sobre qué yugos ponernos de pie, para que luzca mejor en la frente la estrella que ilumina y mata.

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