Cuba fidelista contra los imposibles

Corta parece la vida que al ser humano le ha sido dada. Somos apenas gotas de luz ante la infinitud de la Historia. La muerte, siempre tremenda, pone punto final a la materia y, como ley inexorable, para todos llega.

Derrotarla –muy a pesar de los esfuerzos de quienes por siglos han intentado hacerlo con artificios– solo se puede mediante dos caminos: dejar amor sembrado, desde la nobleza y la entrega; o gestar ideas que superen lo personal para enraizarse en el patrimonio común.

Pero a pocos hombres y mujeres los siguen ambas estelas a la vez, y acceden a una sublime forma de eternidad. Dejan entonces de ser ellos mismos para convertirse en pueblo, y mientras más se aleja en el tiempo la fecha de su partida, más se multiplican, como fuego bueno.

Basta para evocarlos con decir sus nombres y se hacen tan cercanos como solo puede serlo la utopía alcanzable que sostiene e impulsa en las horas de alegría y en las de sacrificio. Así Fidel se nos ha quedado en el pecho de la Isla y –como siempre– desde el futuro nos habla de lo que hace grande a un país: la unión de su gente contra los imposibles.

Quizá así podría resumirse el legado vital de quien fue elegido de los pobres y los olvidados, y martiano defensor de todas las dignidades: si una idea es justa, es posible; y para hacerla real no se precisa más que convocar a los revolucionarios a soñarla.

Hay que creer en la humanidad, a pesar de sus oscuridades, para hacer la Revolución; y entender además que en ella la lucha no termina con el triunfo, sino que en él empieza. Esa visión es la que hace a Fidel tan magnético; su estirpe de líder y su autoridad incuestionable tuvieron como base la fe mayúscula en la voluntad de la especie para trascenderse, y la capacidad analítica para ver más allá de lo evidente.

En el propósito de lograr una Carta Magna que nos impulse, que nos ponga de frente no solo a la sociedad que somos, sino a lo que queremos ser, no es casual la fecha a partir de la cual se nos convoca a constituir y a usar la voz, clara y alta: la política es asunto popular, y esa es también otra huella fidelista.

Porque es un nacedor, el 13 de agosto no marca el inicio de un ciclo cerrado 90 años después, sino de una espiral que avanzará mientras haya quien repita la que es ya sentencia moral: Comandante en Jefe, ¡ordene!.

Faro y farero

f0116129Un amigo trajo la revista y me advirtió: «trae unos cuentos de Fernando». Lo más pronto que pude, creo que esa misma noche, comencé a leerlos. Era fuerte la curiosidad por conocer la narrativa de quien tanto pensó a Cuba desde la desinhibición y la humildad, consustanciales a la grandeza cuando es verdadera.

El resultado de la lectura fue grato y para nada una sorpresa, Fernando Martínez Heredia (Yaguajay, 1939-La Habana, 2017) escribió literatura con el alma afuera. Sus cuentos tienen el sabor de la Isla y de su torbellino revolucionario, y descubren una sensibilidad artística aguda para describir la poética de la realidad, que no a todos les es dado advertir.

Esa misma pericia para escrutar lo velado está en su ciencia y en el modo en que la compartió. Lo volví a confirmar con el primer libro que compré este verano: Cuba en la encrucijada (Ruth Casa Editorial y Editora Política, 2017), donde confluyen artículos, intervenciones y ponencias, todos con la mirada en el país de estos tiempos, acechado por el capitalismo mundial que, cual boa constrictor, sueña con imponerse de a poquito, hasta tragarnos.

En sus textos se habla del peligro de ser ingenuos ante el poder imperial norteamericano que comprendió la inutilidad de la violencia en este caso, cambió de estrategia y desde entonces «está librando contra nosotros una guerra cultural, una contienda en la que es maestro, y para la cual cuenta con arsenales fabulosos y con medios que parecen inabarcables y ubicuos».

También señala cuánto puede debilitar a la Patria despolitizarse, perder el orgullo de ser cubano, ver inequidades como hechos naturales, ser corruptos, asumir horizontes de sobrevivencia o de intereses mezquinos.

Pero no quiere desalentarnos, no nos dice que es hora de apagar la luz y cerrar la puerta; él quiere sacudir para que no triunfen quienes desean cambiarnos espejitos por oro, y entendamos que la de hoy es también una hora definitiva.

Apunta entonces directamente al sentimiento nacional, que no es chovinismo, sino autorreconocimiento y también fidelidad a la historia que puede ser madre y maestra.

Martínez Heredia, como él mismo dice de los revolucionarios, aprendió a domar imposibles y a trabajar con ellos, y nos recuerda que las revoluciones cubanas han sido asaltos maravillosos contra la lógica, combates sublimes de multitudes y visiones iluminadoras de seres humanos descollantes, desde Martí hasta Fidel.

«La revolución triunfó al fin en 1959, acabó con la cordura y destrozó las leyes de la geopolítica. Ya nadie se conformó con “darse su lugar”, todos fuimos más malos que Aponte y derrotamos al imperialismo», entonces ¿cómo retroceder?, sería un atentado contra la dignidad.

El racismo, el individualismo, la concepción burguesa de que siempre ha habido ricos y pobres (y estos últimos se lo tienen merecido)… constituyen algunas manifestaciones de baja entraña que no pueden campear de nuevo por estos lares; y como a las malas hierbas, hay que vigilarlas para que no resurjan, por eso las revoluciones no son obras acabadas, sino permanentes invitaciones a la evolución: «Su objetivo es desatar energías suficientes, que sean capaces de cambiar y mejorar la sociedad, las relaciones sociales y a los seres humanos (…) Toda historia verdadera de revolución es subversiva, porque desafía el presente y ayuda a guiar y desatar el futuro».

Este libro aborda temas profundos, pero su prosa tiene la ligereza del buen estilo, y las páginas se van entre abundantes subrayados: uno para cada sentencia lanzada por el pensador como golpes de lucidez, relámpagos que sobresaltan e iluminan.

En una de las partes se lee de Lenin: «es uno de esos faros indispensables, pero que alumbra unas veces y otras no, por mérito o culpa de los fareros». Fernando fue un farero de virtudes sobradas, con sus análisis nos trajo completos a hombres imprescindibles –como, por ejemplo, el Che– y él mismo, con su obra, es ya faro para evitar naufragios. Nos queda poner en práctica su pensamiento y también, para serle consecuente, superarlo.

Abrazos de optimismo emancipador resultan estos textos, de los que una pequeña cita es hermoso resumen: «No propongo nada razonable para cambiar el mundo. Considerado de una manera razonable el mundo seguirá igual, y lo más probable es que se ponga peor. Será venciendo a lo imposible y doblegando a la lógica que conquistaremos más justicia y más libertad, y abriremos camino hacia un mundo nuevo».

(Publicado originalmente en Granma)

No ha habido cisma, sino respaldo

Cuba el #1Mayo. Foto Irene Pérez Cubadebate.
Cuba el #1Mayo. Foto Irene Pérez / Cubadebate.

Es difícil conducir un camino de bien para las mujeres y los hombres. El acto de dirigir, asumido desde la consecuencia, tiene mucho de darse y de renuncias personales. Así es tanto en los escenarios pequeños, casi anónimos, como desde las grandes proyecciones.

¡Cuánto peso entonces en los hombros, cuando se asume la responsabilidad de velar por los cauces de una nación, por sus sueños!

La Revolución Cubana se asienta sobre los sólidos pilotes de la épica. Primero Fidel, luego Raúl, poseían para su gestión gubernamental el ancla de sacrificios miles, de heroicidades ciertas; y pocos pensamos en lo que vendría luego, en el curso natural del tiempo.

Cuando este 19 de abril, Miguel Díaz-Canel Bermúdez asumió como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, no fue una transición formal; la carga de simbolismo estuvo en el hecho de que el poder otorgado por el pueblo pasaba de un hacedor de la lucha guerrillera a un hombre formado por la obra de esa gesta; que estudió en sus escuelas, que se formó en su concepción de la educación universitaria, que fue internacionalista, que dirigió desde su Partido…

El cisma esperado por ciertas almas torcidas no se ha producido porque la gente ve en su nuevo mandatario cualidades como: la honradez, la inteligencia, su experiencia como dirigente provincial, su simpatía, su compromiso con la historia… y la sabiduría colectiva sabe que no se trata de pedirles a este y a los sucesivos presidentes el aval de la Sierra, sino la honra de lo que se ha conquistado hasta hoy, y la voluntad de seguir conquistando.

Pero también sabemos los cubanos que nuestros destinos no pueden sostenerse con la apatía tan común en este siglo, ni con la verticalidad de la gestión gubernamental; por eso una palabra se repitió distintivamente en el foro, mediante el cual Cubahora invitó a los lectores a dejar sus mensajes para el nuevo Consejo de Estado, y fue: respaldo.

Muchos usuarios ratificaron que darían, desde sus múltiples espacios, acompañamiento y apoyo al Gobierno. Y desde esa identificación, le sugirieron  trabajar duro, con «el oído pegado a la tierra», porque –afirmaron– no puede existir una conducción de los procesos genuina sin apego al sentir popular.

Asimismo, varios lectores hablaron de la confianza en que el rumbo de la Cuba futura se apegará al legado, a la soberanía, los principios, y a aspectos como la comunicación, la responsabilidad, la convicción de que «todo ciudadano es relevante», para enfrentar el reto económico y asegurar mayor calidad de vida.

También se expresó que deben eliminarse las insuficiencias nuestras para avanzar en el proyecto de país, calificado como una «hermosa obra».

Desde el foro, otros prefirieron reseñar momentos de la constitución de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional, que ya son históricos, como el abrazo entre Raúl y Díaz-Canel; la presencia de Fidel en el tejido espiritual de los revolucionarios cubanos; el llamado del General de Ejército a no aceptar retrocesos ni falsas inclusiones en la eliminación de toda conducta discriminatoria hacia la mujer y las personas negras.

«Yo me muero como viví», citó un usuario al trovador,  y valdría responderle desde el mismo amor poético: «nadie se va a morir, menos ahora…», porque la Isla navega, y es su gente quien la impulsa.

 

(Publicado originalmente en Cubahora)

 

Toda la promesa era la luz

Afuera la vida vibra con toda la intensidad de lo cotidiano: un chofer desgasta el claxon, una pareja avanza tomada de la mano mientras discute su plan para la noche, un señor camina a casa cargado de bolsas, una muchacha repasa los textos de la librería.

El edificio es uno más en la urbe apretada, solo una placa salva su fachada del anonimato; pero hasta el No. 164 de 25 y O, en el diverso Vedado habanero, no impulsa la casualidad. Hay quien va allí buscando un pedazo de la Patria, un fragmento claro de lo que es la Isla y también de lo que será.

En la entrada, unos niños hacen rodar en el juego su inocencia. Se les debe sortear para ganar la escalera. La subida tiene de conversaciones vecinales, de olor a almuerzo, de noticiero del mediodía, de lavadora en marcha… el inmueble está vivo, y se adivina que no se encontrará un mero museo —con toda la carga de tiempo detenido que le es inherente— sino una casa, un hogar de una simpleza limpia, como la de los ojos y la esperanza de Abel Santamaría Cuadrado.

La historia puede palpitar, y es más que libros y vidrieras. Allí, en el apartamento 603, nada habla de pasado ni de muerte. Allí, en sus habitaciones pequeñas y austeramente amuebladas, de paredes signadas por Chibás, y por Martí una y otra vez, emergió el cuartel general más dulce que una causa pueda acreditarse. Allí se gestó una revolución de un sedimento ético excepcional; y Abel, Haydée, Fidel y otros integrantes de una generación marcada por la lucidez del cambio, fueron irrepetiblemente felices.

Había lecturas, discusión, crítica, comidas de amigos, siestas sobre la cama o en el piso y, sobre todo, la promesa de un devenir luminoso, de un porvenir sin mácula para Cuba.

Aquel apartamento tiene, aún hoy, la huella de Abel, y no en particular por los muebles que la familia rescató en aras de un mañana agradecido ni por sus libros que ahí permanecen; no por la sutil sobrecama que tejieron los dedos del alma fundadora de Casa de las Américas ni por la explicación provocadora y apasionada de un especialista que —como debe ser— lleva su trabajo prendido en el pecho. Sino por la esencia total que nos devuelve a un muchacho enfrentado a la tortura más cruel y al asesinato, que aunque apenas comenzaba a vivir, tenía muy claro el sendero arduo del bien y del deber.

Abel, niño humilde que estudió a golpe de deseo, trabajador honrado que negaba el egoísmo en nombre de la dureza de los tiempos, fue un hombre preclaro y fiel; no llegó a convertirse en un teórico revolucionario; pero como «lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida», le sobró visión para entender que la transformación no puede esperar por condiciones ideales, y que tiene mucho de la mística del arrojo.

Respiró apenas un cuarto de siglo y dejó uno de los monumentos más estremecedores de la Revolución Cubana: su mirada de mártir teñido de rojo, su mirada que acusa al pusilánime y al traidor, su mirada que compulsa a creer en la valía del sueño y en la indignidad de abandonarlo.

Por sus ojos arrancados, la novia viuda y el ajuar inútil, la hermana siempre perseguida por su ausencia y, a pesar de todo ello, su espíritu que perdona y convida, es Abel ser de otro mundo, animal de galaxia y también, como Martí, Villena, Celia o el más anónimo hijo o hija de esta tierra, la estirpe de la cubanidad, que combina en proporciones inauditas heroísmo y humildad, radicalismo y amor.

Una no quisiera dejar nunca el apartamento 603, con el desgarramiento del almanaque detenido para siempre un 25 de julio de 1953; la silla de tijeras que tanto disfrutada Abel; el refrigeradorcito comprado por Boris Luis Santa Coloma, otra vida breve y de siempre; la mesa de Fidel, y el abanico de Haydée generosa y de girasoles.

Y cuando se deja el lugar, templo para cada cubano y cubana con el sentir bien puesto, se entiende mejor que afuera la vida vibre con toda la intensidad de lo cotidiano. No por homenajes fatuos murió Abel, sino por esa tranquilidad vespertina del barrio, por ese futuro sin oscuridades. Que no se melle la sencillez del sitio, pero que nunca esté vacío. Hay luchas que no cesan.

Suplemento especial de JR dedicado a Abel Santamaría

http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2017-10-19/toda-la-promesa-era-la-luz

Silvio Rodríguez, Canción del Elegido

La herejía de la consecuencia

Así como un gesto sincero o una palabra limpia, una fotografía puede convocar de repente toda la fragilidad de quien la mira. Fueron unos segundos escasos, y la imagen, rescatada por un documental, alcanzó a golpearme. Estaba él, de manos atadas, flaco, sucio, mechones enredados, ojos extrañamente tranquilos para las circunstancias. Era la antesala de la muerte y de seguro lo sabía.

Siempre ha sido duro ver su cuerpo tal cual era a finales de la épica de Bolivia y justo al inicio de la mística guevariana: su cadáver viviente, la mirada escrutadora de mesías… Pero esa imagen en particular me mostró sus pies de aquel octubre ingrato de 1967.

No llevaba botas. No iba descalzo. Los pies del guerrillero, los pies del Che, los pies del Comandante de la Revolución Cubana estaban envueltos en un zapato pobre, rudimentario; pudieron ser unas chancletas hechas de goma y tiras de piel, que llaman abarcas; tal vez ni siquiera llegaban a eso.

Y si la fotografía me desarmó no fue por pensar, como bien lo haría algún enjuto de alma, ¿cómo pudo quien fuera ministro, quien llegara a presidir el Banco Nacional o bien pudiese haber vivido tranquilo, con merecimientos y glorias de sobra, terminar su vida hambreado y sin zapatos?

Lo que me conmovió fue advertir en aquellos pies frágiles toda la determinación captada tiempo atrás por Korda, la convicción de seguir un destino signado por un amor tremendo a la humanidad, y una conciencia completa de que el universo personal vale en la medida de cuánto se pueda hacer en función de los que por tener tan poco no tienen ni sueños. Una convicción, un amor y una conciencia difíciles de entender y más aún de emular.

Los pies mal calzados de Ernesto Guevara de la Serna me recordaron que sus enemigos no han podido nunca asesinarlo, no por la temeridad que le permitía combatir de pie ajeno a los caprichos de las balas ni por la batalla frontal y casi a muerte con sus pulmones maltrechos en medio de la sierra y de la selva; no por sus maneras ásperas y sin imposturas de hacer lo correcto ni por su afán de estudiar para construir.

Lo que lo hace vivo, mito, santo, camino… y lo que no le perdonan los que creen en la inevitabilidad de pocos ricos y miserables por millones, es su consecuencia; la virtud y la fuerza moral de hacer coincidir pensamiento y acción, de no dejar en palabras los discursos ni en utopías los ideales.

Porque cometió la herejía de la consecuencia, comió el Che la misma ración magra de su tropa de rebeldes sin barba, adolescentes que aprendieron el sentido de la revolución porque su jefe predicaba desde los sacrificios propios. Y estimuló la crítica de la obra que fundaba porque no creía en las invulnerabilidades del poder ni en las revoluciones con punto final.

Volvió a comer con los obreros y a montarse en sus camiones. Puso bloques, cortó caña, dominó maquinarias, porque el trabajo voluntario no era para las masas vistas desde arriba como entes sin nombre, sino para el pueblo, del que los dirigentes deben ser alma y también parte humilde.

Zarandeó a la burocracia, y no premió a los obedientes por el mero hecho de serlo ni estigmatizó a los incómodos por la misma razón. No se apegó a nada material que sus responsabilidades pudiesen proveerle.

Y, esencialmente, demostró que su autodeclaración de hijo de América toda no había sido mera retórica, y que los que fingen confundir aventura con justicia e imposible con involuntad no exhiben más que su apego ramplón a la comodidad del inmovilismo.

Por eso es molesto el Che y por eso quieren mancharlo; les asusta su eternidad ajena a mármoles, intentan hacerlo marca, acomodarlo dentro de la tiranía del mercado y sus esclavos, para acabar por retroceder cuando aparece citado, como símbolo de las causas más genuinas, cuando surge en la pasión de la gente que lo comprende, que dialoga, que incluso le reprocha, como no se puede hacer con un héroe sacrosanto, pero sí con un joven que juega ajedrez, que mima a sus hijos, que recita y graba textos de Neruda, que firma con simpleza, Che.

Guevara, especial multimedia

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