¡Para monos y payasos, búscalos a ellos!

 ¡Para monos y payasos, búscalos a ellos!, soltó la frase a mi lado y se me estrujó el corazón. La sangre se me agolpó en la cara, aunque no conocía a quien hablaba; sucede que desde chiquita padezco de vergüenza ajena: un mal engorroso y que solo me trae más problemas, pues generalmente me preocupa más el ridículo ajeno que el mío propio.

Sin embargo él no se veía preocupado, quienes lo rodeaban incluso le rieron la gracia y mascullaron frases de aprobación. El motivo de la charla no era otro que un joven de piel negra que caminaba a lo lejos y lucía uno de esos peinados llevados ahora por buena parte de los adolescentes y jóvenes. Creo que si hubiese sido blanco hubiera pasado desapercibido; pero como era negro, entonces lo calificaron de payaso y mono.

El suceso, que no constituye excepción, me hizo reflexionar sobre los matices que hoy toma en Cuba la discriminación racial. Por años, tal vez por el miedo a dañar la obra de la Revolución, hemos eludido el tema, queriendo tapar el Sol con un dedo y ocultando las pequeñas o grandes heridas que muchas personas llevan en sus almas. Y es que, aunque no haya discriminación institucional, en lo social perviven tabúes, prejuicios y estereotipos que unos manifiestan abiertamente, otros esconden y algunos mantienen inconscientemente.

Esos nada más sirven para correr y caerles atrás a las gallinas”, “¡mi hija con un negro!: primero muerta que desprestigiada”, “yo con un negro: ¿para atrasarme?”, son algunas de las expresiones que oímos a diario, sin rebelarnos, y no precisamente en boca de personas con bajo nivel cultural.

Me molestan los racistas, no solo porque desvirtúan lo que en materia de igualdad social ha hecho el país – que es mucho- , sino también porque pienso en mis amigas y amigos mulatos y negros, gente inteligente , talentosa y además, con una gran calidad humana, mucho mayor que la de algunos blancos que conozco. Sucede que el color de la piel no determina sentimientos, ni coeficiente intelectual, ni potencialidades para hacer cosas buenas por este mundo.

Recientemente la TV pasó un documental en el que se exponía que en el mundo no hay razas pues todos descendemos de la misma mujer africana y negra: la Eva genética. Algunos reaccionaron airados, renuentes a aceptar la evidencia científica: ¿Cómo va a ser eso si en mi familia no hay ningún negro?, decía una mientras se acomodaba el pelo e intentaba ocultar el pedacito de raíz rebelde al que aún no le había tocado la dosis habitual de queratina.

Son cosas de mi Cuba que me duelen, seguimos transmitiendo de padres a hijos los mismos temores sin sentido. ¿Por qué decirle a alguien negro es una ofensa, si ese es su color? ¿Por qué hay que decir: “Sí, pregunta por María, ella es una alta, flaquita – y en voz bajita y mirando a los lados – ah y es negra? ¿Será que acaso alguien se ofende porque le digan blanco o blanca?

Mientras tanto, sé que cuando tenga hijos o hijas les enseñaré que las personas son iguales, y no es retórica, que deben preservar y perfeccionar este sistema social, pero luchar porque cada vez sea tan justo en sus preceptos como en la expresión práctica de los mismos. Y ojalá, como a mí, a ellos les duela el alma cuando escuchen: ¡ah, porque ese fue el que lo hizo: tenía que ser negro!

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