El hombre y el parque

Este Casanova no es veneciano. Tampoco, diplomático o célebre mujeriego, aunque el anonimato pasa de largo por su lado, espantado por la laboriosidad hecha persona. “Entrevístalo”, me sugirieron y fui a buscarlo porque el argumento era convincente: “defiende ese parque como si fuera suyo”. Él tomó aquel pedido con escepticismo.

  • ¿A mí?
  • Sí, a usted.
  • Bueno…

Así llegamos a uno de los bancos del sitio que marca, de cierta forma, el centro de Los Arabos. Saqué la grabadora, y la libreta de notas, y antes de que consiguiera capturar la primera línea ya sabía que la descripción de guardaparques apenas alcanza para definir todo lo que hace Argelio Mario Casanova Cardoso.

“Chapeo, paso rastrillo, recojo las hojas, barro la acera y si veo a alguien haciendo algo malo, lo enfrento. Camino esto completo, y enseguida sé si se llevaron algo. Roban cestos, rompen los bancos. Nada más quedan dos caobas de las que sembré”. De pronto, se interrumpe. “¿Y va a escribirlo todo?”

Le digo que sí, que lo sigo y contesta divertido “! Mira, tú! Bueno, como le decía, vengo a las 6: 45 a.m. o a las 7: 00 a.m., y estoy aquí hasta el mediodía. No completo ocho horas, pero las trabajo de verdad. Primero limpio el área donde los viejitos juegan dominó, y también donde hacen ejercicios.

“Llevo aquí siete años. Fui jefe de Producción en una cooperativa durante 22. Me retiré y seguí en un área vinculada. Ganaba buen dinero, pero se acabó el transporte y quedaba muy lejos. Me eché un año y medio en la casa, hasta que no pude más.

“Imagínese, yo trabajo desde los ocho años y en diciembre cumpliré 78. Mi papá me llevaba con mis hermanos al campo. Cuando el central Zorrilla molía, nos decía después del pitazo de las 10: 30 a.m.: ‘Vayan pa’ la casa a bañarse y almorzar, y de ahí a la escuela. Le dicen a la maestra que los suelte temprano y regresan’.

“Recogíamos cogollos para las vacas, ‘entongábamos’ caña. Cuando no había zafra, guataqueábamos las siembras. En el aula aprendí un poquito. La maestra me quería. Como mis libretas estaban forradas y limpias las ponía de ejemplo ante los demás, ¡aquello daba una pena! Cuando llegué a sexto ella me confesó: ‘Quiero que repitas el grado porque yo sé que no vas a poder estudiar másֹ’. Mi papá dijo que no.

“Después, cuando empecé en la cooperativa, saque el noveno; las clases eran más difíciles y todo apretado, pero aprobé. Luego empecé el Técnico Medio de Agronomía y ahí sí me rajé a los tres meses, tenía 48 años. Disfrutaba el trabajo, hasta un carro moskovich gané, y todavía camina.

“Mi familia ha batallado por sacarme del parque, creen que estoy muy viejo y yo les respondo que peor es quedarse sentado. Aquí gano mis quilos y el cuerpo se mantiene en acción. ¿No es verdad?”

Sonrío y entonces cuenta, orgulloso, que su esposa – un poco más joven- todavía lo acompaña. Tiene tres hijos, dos hembras y un varón; seis nietos, un biznieto nacido y dos en camino. No obstante, quiere seguir entregándole a la existencia.

“Esa hierba fina la sembré yo, la palma real también y ya ve por dónde va. Pido posturas y hago jardincitos. Vivo enamorado de esto. Cuando llovizna me aconsejan que no venga y lo que hago es dejar la máquina de chapear y traer el machete. Nadie me exige que trabaje las tardes y los domingos, pero cuando hace falta lo hago.

“Todavía no hay costumbre de echar la basura en el cesto. Duele porque lucho para que el parque esté bonito”. En medio de esa batalla contra los inconscientes, haciendo él solo lo que antes lograban tres obreros, cuenta que no persevera solo por entretenerse, sino también porque lo quieren.

“Casi todos me saludan, él que no me conoce pregunta ‘viejito, ¿cómo está?’. Hasta los jefes me aprecian y fíjese, no por guataquería. Aquí estaré mientras pueda caminar; claro, si no me botan”, explica con picardía.

Natural de Morón, Camagüey, tantos años con las manos en la tierra de Los Arabos le hacen sentir un compromiso total por ella. Sin embargo, ese afecto no lo ciega porque “todavía falta” y para ilustrarlo cita los viales y el alcantarillado.

Casi llegaba la hora de almuerzo y, temiendo ser impertinente, cerré la entrevista con un último pedido.

-Casanova, ¿puedo tomarle una foto?

– ¿Así, con esta ropa y el sombrero?

-Sí.

-¿Segura?

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